En 2016 se estrenó El ciudadano ilustre, dirigida por Gastón Duprat, escrita por Andrés Duprat y protagonizada por Oscar Martínez. Esta película pretenciosa no estuvo del todo lograda en su momento, ya que aunque tiene buenos momentos de tensión y humor, no logra alcanzar sus ambiciones. El jueves 16 de agosto se estrenó Mi obra maestra, escrita y dirigida por la misma dupla de hermanos. En este caso, pusieron la vara bastante más baja y funcionó. El resultado fue una comedia de humor negro con un guión desopilante.
La historia se centra en la amistad entre un corredor de arte sofisticado (Guillermo Francella) y un artista bohemio (Luis Brandoni), al que representa. Él se ha quedado en el pasado y se niega a entrar en el mundo del arte moderno, lo que saca de quicio a su amigo. A lo largo de la trama su relación laboral y fraternal se verá afectada por el carácter testarudo del pintor, que no vende un cuadro hace diez años y está al borde de la quiebra. Lo que hace que Mi obra maestra sea una película tan disfrutable son dos factores: el ingenioso guión y la actuación de Brandoni. Divertido y ácido, no se esfuerza por lograr el efecto que necesita la historia de sí mismo. Le sale naturalmente. La escena del restaurant es un claro ejemplo de eso. También es capaz de conmover al espectador por un momento, poniendo de foco la vejez y la sensación de sentirse vencido. Por otro lado, el personaje de Francella está bien construido, pero el actor sigue luchando por escapar de las manías que siempre lo caracterizaron como actor. Lo importante es que hay química entre la pareja, y eso se lo transmiten visiblemente al público.
Una historia ingeniosa, una vuelta de tuerca a lo Woody Allen y un final que no está a la altura del resto de la historia, pero que tampoco decepciona. Sin embargo, no faltaron los momentos pretenciosos que intentaron satisfacer las ambiciones de los creadores, sin lograrlo.
Mi opinión: muy buena
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