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En la puerta de la eternidad: Van Gogh en su estado más vulnerable y brillante

Foto del escritor: Milagros GarciarenaMilagros Garciarena

Todos conocen al pintor Vincent Van Gogh. Algunos conocen su obra, que fue postmodernista, otros conocen el famoso episodio en el que se cortó su oreja en un arrebato de locura, otros solo conocen La noche estrellada o Los girasoles y piensan que Vicent fue francés, cuando en realidad fue neerlandés (Países bajos). Pero lo cierto es que nadie está exento de él, porque su obra, vida y legado marcaron la historia, convirtiéndolo en uno de los artistas más recordados y conocidos del mundo. Por eso es que era una tarea tan difícil hacer una película que ilustre al genio. Caer en los convencionalismos o fracasar en el intento hubiese sido algo muy probable. Van Gogh: en la puerta de la eternidad no es el caso.




Una advertencia: no es una película biográfica, o por lo menos no cumple los requisitos típicos de un biopic. La historia se desarrolla en los últimos años de la vida de Vincent, cuando decide viajar al sur de Francia para escapar del clima frío y oscuro. Él buscaba los colores vivos y cálidos de los paisajes. No pintaba lo que veía, sino que lo transformaba de acuerdo a su percepción. El ocaso de su vida lo encontró pobre, triste, sin reconocimiento y adentrándose en la locura. Esta película se concentra no tanto en los episodios biográficos, sino en el mundo interno tan incomprendido de Vincent.




El director Julian Schnabel se luce con una fotografía y música perfecta, desgarradora. La belleza de los paisajes y los colores que después Vincent plasma en sus cuadros es cautivadora, y el manejo de la cámara representa la inestabilidad interior del protagonista, al igual que su visión alternativa del mundo. Y después lo tenemos a Willem Dafoe. Él es maravilloso, vulnerable y sin miedo, sumamente expresivo y minimalista al mismo tiempo. No recurre a la lágrima fácil ni a rasgos típicos de la demencia, y se lo agradecemos. Muestra la esencia del artista que ninguno conoció pero que creemos conocer. Ganó la Copa Volpi en el Festival de Cine de Venecia, muy bien merecido. Por supuesto se merecía ganar el Oscar más que Rami Malek, pero la Academia no suele apreciar este tipo de interpretaciones, así que ya lo veíamos venir.

En la película casi no hay momentos felices, pero eso no significa que apele a golpes bajos. Es lógico que así sea, porque se están mostrando los últimos y peores años de su vida, cuando su locura y angustia ya habían crecido mucho.




Otra cosa que quiero resaltar es la escena de la primera hospitalización de Vincent. Él tuvo un incidente con unos vecinos y terminó internado en un psiquiátrico, donde su hermano menor Theo va a visitarlo. Theo se acuesta en la camilla con él y lo abraza como un padre a su hijito confundido, y Vincent le confiesa que siente que se está volviendo loco. Esta escena bellísima es una cirugía a corazón abierto. Refleja el amor genuino que se tenían los hermanos, el mismo que se encuentra en Cartas a Theo (2007, Editorial Adriana Hidalgo), una compilación de las cartas que Vicent le escribió a su hermano a lo largo de su vida.




En esta película inolvidable podemos llegar a conocer al gran artista, pero lo más importante, podemos llegar a comprenderlo, aunque sea un poco. Hablo del artista como hombre, más allá de su enorme obra.


Mi opinión: excelente

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