Hay muchos prejuicios en el ámbito del cine, desde los géneros que se consideran menores hasta el tipo de formato en el que se lanza una película. Netflix se ha consagrado a nivel mundial como una de las plataformas más rentables y conocidas, y es un elemento de consumo indispensable para muchos fanáticos de las series. Muchos se han proclamado en contra de que películas originales de Netflix participen en los grandes festivales de cine (Steven Spilberg estaba completamente en contra de que esos films participaran en los Oscar). Esto no fue un impedimento para que grandes y respetados directores quieran incursionar en este nuevo formato. El año pasado Roma de Alfonso Cuarón fue un éxito sin precedentes: arrasó en la temporada de premios y ganó el Oscar a Mejor Película Extranjera, aún cuando fue estrenada en un número muy reducido de salas de cine. Lo mismo está pasando ahora con El irlandés, la última película de Martín Scorsese, protagonizada por su gran actor fetiche, Robert De Niro, su otro actor no tan fetiche pero igual de icónico, Joe Pesci, y un titán del cine, que nunca había trabajado con el director, Al Pacino.
La película (basada en hechos reales) comienza en un asilo de ancianos, donde un hombre mayor venido a menos, Frank (De Niro), cuenta su historia en la mafia, desde sus comienzos hasta su declive. La historia es un ir y venir constante entre el pasado y el presente desde el cual se cuenta la historia. La primera línea de narración se centra en las primeras incursiones de Frank en ese mundo, cuando conoce al que será su eterno protector, Rusell (Pesci), y al que se convertirá en su mejor amigo, Jimmy Hoffa (Pacino) un famoso sindicalista de la época. La segunda línea se da en la mitad de sus vidas, cuando se encuentran envueltos en peleas por poder y amenazas tantos externas como internas. La tercera será casi al final de su vida, cuando lo único que queda son los recueros y el remordimiento.
Al buen estilo de Buenos muchachos, algo que volvimos a ver en El lobo de Walt Street, la voz en off del protagonista va narrando todos los acontecimientos, pero a diferencia de las otras dos películas, en esta falta ese dejo de humor negro e ironía. La narración de Frank es completamente fría y práctica, solo quiere contar los hechos como fueron, sin dejar ningún sentimiento a la vista.
Encontramos a esta película tan irresistible porque, en primera instancia, reúne a los grandes del cine de gángters en una historia que, en cierto modo, es un homenaje al género y a los mismos participantes del film. Pero no es como las clásicas como El padrino, sino un recuerdo melancólico que es la vida de Frank y, al mismo tiempo, la nostalgia del director por el cine de aquella época.
Si bien por momentos uno puede perderse en medio de tantos personajes e información (se suman las tres horas y media de duración), es una película que no decepciona. Más que por su fuerza narrativa, resalta más que nada por las actuaciones. Los tres protagonistas interpretan a sus personajes en distintos momentos de su vida, y eso les fue facilitado por una novedosa tecnología de rejuvenecimiento que utilizó Scorsese para grabar; a la vista es increíble. Joe Pesci es contundente y calculador, tiene un minimalismo que roza la inexpresión, pero es necesario, ya que es el personaje con más autoridad y eso hace que tenga que ser más frío. Robert De Niro tiene un trabajo corporal excelente y Al Pacino maneja un histrionismo nunca antes visto en él. A mi parecer, este último es el más destacable, pero todos son magníficos.
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