La apasionada historia de amor entre Catherine y Heathcliff en un sombrío páramo ingés ha encantado a generaciones enteras y se ha convertido en uno de los clásicos más emblemáticos del Romanticismo. Pero esta no es solo una historia de amor desenfrenado y conflictivo. Es una historia que trata temas como la muerte, la familia, la maldad y el dolor.
Emily Bronte sitúa la acción de su historia en un paisaje en el que las pasiones están a flor de piel y donde sus personajes, llenos de sangre caliente, luchan contra sus adversarios y consigo mismos todo el tiempo. Aunque la trama más famosa de Cumbres borrascosas es la de los amantes, personalmente creo que la más interesante es la de la niña Cathy y de todo su largo camino hacia la libertad. Sin embargo, uno no puede ser indiferente al amor de los protagonistas. Aunque hoy en día podamos considerarlo como “tóxico”, los mutuos sentimientos que los acompañan, hasta incluso después de la muerte, están narrados con una delicadeza bellísima. Realmente, esas pocas escenas en las que manifiestan su amor son las más memorables de la novela.
Tengo que decir que puse muchas expectativas en este libro y quedé bastante decepcionada. No me llegué a enganchar con la prosa de Emily, a mi parecer demasiado pomposa y rebuscada. Además, sentí mucho rechazó hacia las personalidades violentas y desatadas de los protagonistas. Pero la realidad es que una lectora del siglo XXI no siempre puede conectar con un libro del siglo XIX, y es notable la forma en la que, tanto la autora como la novela, fueron precursoras en la literatura universal, en cuanto al género, la estructura y la trama.
Entonces, a pesar de ser todo un clásico, no la considero un novelón y mucho menos una lectura para disfrutar en vacaciones. No tengamos miedo de hacerle frente a los clásicos. No estamos sentenciados a adorarlos, pero si estamos obligados a respetarlos.
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