Muchas veces nos formamos una idea errónea de un escritor antes de haberlo leído. Escuchamos anécdotas de sus vidas, rasgos de sus personalidades, algún que otro rasgo típico en su obra y ya creemos conocerlo. Me ocurrió esto con Virginia Woolf, hace muchos años. Cuando vi Las horas, película en la que la escritora británica es uno de los personajes principales, me quedé fascinada de esa artista atormentada por la bipolaridad que decidió acabar con su vida ahogándose en un río. Pero pasó mucho tiempo hasta que me decidí a leer algo de su obra. Entonces me encontré con un problema: me hallé fuera del disfrute literario.
Al faro es un claro ejemplo del fluir de la conciencia, por lo tanto, el narrador nos interrumpe en la mente desordenada de los personajes y eso genera mucha confusión en un primer momento. No importa tanto el argumento, sino la manera en la que se cuenta. La historia se centra en los Ramsey, una familia que vive en una isla inglesa, próxima a un faro, cuya presencia atraviesa toda la novela. Además de los pensamientos y los sentimientos de los personajes, se presenta una especie de estudio o planteos psicológicos de cada uno. Aunque por breves instantes parece ser una novela clásica, enseguida volvemos a esa confusión que, a mi personalmente, me saca del disfrute literario. Con esto quiero decir que Al faro no es un libro para leer si buscamos relajarnos o no soltar el libro durante toda la tarde, sino que es un libro para analizar y estudiar, sino corremos el riesgo de pasar por alto la mayoría de los puntos importantes.
Aunque Virginia tiene novelas más amigables, como por ejemplo La señora Dalloway, debemos tener en cuenta de que no es una autora fácil y puede llegar a ser tediosa para muchos, pero no por eso deja de ser menos excelente y fascinante.
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